Catarata de Santa Fe


Estaba recién levantado y tomaba café, cosa que hace años no hacía, pero estar en un país cafetero de café de alta calidad, y no hacerlo, me parecía pecado. Me hablan desde España y me dicen que dentro de un rato hablara conmigo alguien muy allegado.
Llega Carlos, que desde que se fue a vivir a Pánica, es difícil verlo. Sabe que me gusta la naturaleza y no precisamente la que le enseñan a los turista y las ganas que tenia de adéntrame en un bosque y me dice que sabe la forma de hacerlo.
Planea el viaje para mañana, pero llega la llamada desde España, y cuando acabo le digo que no me gustan los proyectos, que nada teníamos que hacer hoy y que nos llegáramos. La verdad es que ya eran más de las once. Por el camino compramos algún fresco y algo de comer y ruta.
Sabía que nos llevaba a Santa Fe, donde nunca había estado. Santa Fe en su día fue un asentamiento de cuatro casas donde se iban reuniendo los productos de la gente que vivía en la montaña. El gobierno hizo lotes de unas cuatro hectáreas para dar a gente a la que le habían expropiado sus casas, bien por la ley de la zona marítimo terrestre, o por otras causas, pero que una vez que las tuvieron en su poder al igual que con todos los terrenos de la costa, hicieron dinero fácil vendiéndoselo a los extranjeros por una puñetera miseria. Carlos conocía a una alemana.
No hay dos viviendas juntas que indiquen que estas en una población.
Antes habíamos pasado por el rio Cóbano, afluente del Pánica.
El camino por el que nos dirigíamos de va haciendo tortuoso, hasta que al vehículo hay que meterle tracción a las cuatro ruedas.
Carlos dice de parar y veo que cerca de donde lo hacemos hay un pequeño arroyo. Por él, dice que tenemos que subir. Ahora lo comprendo, que mejor camino para adentrarse en el bosque que el lecho del torrente. De hecho nos encontramos en un corredor ecológico, porciones de bosque que unen las reservas propiamente dichas.
Al principio no iba muy a gusto, el invierno no ha acabado y se nos podía venir encima una cabeza de agua y pocos sitios había por donde escapar.

Hojas grandes del centro

Carlos iba delante especialmente buscando una planta parasita de grandes hojas al que llaman tabacón. Esta muy bien cotizada y después me enteré del por qué. Ahuyenta los malos espíritus. Aunque de una forma completamente diferente del vudú, aquí hay una extraña mezcla de religión, luna y propiedades milagrosas de las plantas. Por cierto hay una más que sospechosa plaga de dengue y por ahora me estoy escapando, y estoy más tranquilo porque aunque ahora creo saber la causa (los mosquitos no les gusta picar a las personas que expelemos mucho CO2), a mi me respetan hasta el punto de que no hay una sola purruja ni un zancudo que a mí se acerque.
Yo iba el último. No quería que en las imágenes o videos que tomaba saliera nada humano. Llego un momento, que no se si seria por el sonido del agua al bajar entre las rocas, o por las imágenes que iban captando mis ojos, que sentí tal tranquilidad que no recuerdo el tiempo que he sentido algo parecido. No hay trankimazin que produzca algún efecto parecido, ni cámara que capte lo que veía.


Llegamos a una catarata, que debido a la poca agua que traía el arroyo, no era considerable, pero también es verdad que cuando lo es, difícil o imposible es verla.
Vuelta y paramos en el rancho de Ángela, una de las expropiadas por la ley citada. Se alegra de vernos. Nos pone café y charlamos.

Lo que fue la soda de Ángela

No será por falta de ventilación

Ángela es una de las víctimas de la citada ley. Tenía una soda en Tambor en la misma playa y a cambio le ha dado el terreno en el que con poca ayuda se ha construido su casa, sus corrales y tiene su huerta a donde siembra su maíz, su arroz y tiene animales que la surten de carne y huevos. Se va defendiendo bastante bien.
Otro dato curioso, nos dice que la alemana se le ha quejado de que sus perros se le han comido unas ocas y ella dice que no, que han sido los tigrillos (no tengo claro si se refería a los pumas o a los juagares).
Como siempre digo: Bonita experiencia.


Hubo un momento observando una charca con unos reflejos preciosos en que sentí una gran felicidad.

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