Cien años de estupidez o lección de encomia a mi amigo Giovanón


Han pasado las fiestas, se han acabado las gomas (en su novena acepción de la RAE) y la vida en Tambor vuelve a su estado normal. En realidad aún quedan ticos que siguen de vacaciones y el coger mesa en la playa sigue siendo una aventura. Me siento con Giovanón y me dice que no entendió un carajo de lo que de la revolución industrial y demás, así que a la vuelta me he puesto delante de este aparato y voy a intentar escribir algo que sea más comprensible para él.

“Un suponer”, le diré, lo único imprescindible en un pueblo en el que vivo, es el trigo. Yo tengo un terrenillo y el primer año me da el necesario para comer durante el mismo. Lo mejoro y el segundo encima me sobra una . Como no tengo espacio, le digo a mi vecino que me la guarde en su silo.
Resulta que hay más personas a las que les ha sobrado y también le piden que se las guarde. También resulta que a otro del pueblo con su terreno le ha faltado trigo para comer durante el año, por lo que pensó y por qué no se lo pido prestado al de silo, a lo que le dice que sí, pero que cuando se lo devuelva, en vez de la cuartilla que le prestó, le tiene que devolver cuartilla y dos celemines. Hay más personas que están en la misma situación que la anterior.
Yo que me entero, le digo al del silo que yo quiero algo de esa media cuartilla, puesto que el trigo era mío, y me da un puñado (Porción de trigo que cabe en el puño). Ha nacido el primer banco de mi pueblo.
Mi pueblo es muy bonito, y no paran de venir nuevos vecinos, sobra terreno y cada uno coge una fanega de tierra (Medida de superficie), pero para sembrarla le piden al de silo/banco una Fanega de trigo (Medida de capacidad).
Todo va muy bien, el pueblo va haciéndose más grande, yo llevo ganados unos cuantos puñados de trigo y el del silo se está forrando, pero al décimo año, el tiempo es tan malo que no se cosecha un puto grano de este cereal, pero me digo: No pasa nada, voy en busca de fulanito (el banquero) que tiene diez fanegas más diez puñados que son míos, pero sorpresa, el silo estaba más vacío que el cajón de ofertas de empleo. Aquel año sobreviví gracias a mi primo que su sobrante lo había guardado en su casa.
En el pueblo ya éramos los suficientes para dictar leyes, así que hicimos una expresamente para el banco: El silo debía tener como mínimo unas reservas iguales al trigo que le habíamos dado para guardar, y que el fuera haciendo prestamos de los dos celemines menos un puñado que obtenía de ganancia por cada una que prestaba.
El banquero, no era el único avaricioso del pueblo, y se dijeron yo quiero más de un puñado de trigo, por lo que voy a coger muchas fanegas de tierra. Claro él no podía labrarlas todas, así que pensó que también las trabaje mi mujer y así la incorporo al mercado de trabajo. No fue el solo el que pensó así pero llego el momento en que cumpliendo la ley, en el silo ya no había más trigo para prestar. El cabrón de huevo de pato (así apodábamos al del silo) se había vuelto demasiado avaricioso e inventa la contabilidad y donde había 100, él pone 200, se saca de la manga unas cosa que él llamaba Emisión de depósitos a la vista (o sea trigo que no existía) y seguía prestando sin dejar la reserva de la que hablaba la ley. En realidad nos había dicho que otro silo más grande que el suyo que existía en una lejana ciudad, se lo dejaría en caso de que hiciera falta.
Todos lo sabíamos, pero con los puñados de trigo que íbamos acumulando, nos habíamos dado cuenta que podíamos intercambiarlos con los del pueblo vecino que fabricaban Mercedes y quien iba a pasar a estas alturas sin ellos.
Llego un momento que el silo volvió a estar sin un grano, pero huevo de pato le pidió trigo al silo más grande, pero este que tenía más experiencia que este tontajo, le dijo que si pero que por cada fanega le tenía que devolver dos cuartillas.
Todo iba perfecto, teníamos trigo, Mercedes e incluso ahora los niños calzaban zapatillas Nike.
Al igual que en Cien años de soledad, solo que al contrario, llegan diez años de sequía y como debíamos haber supuesto no teníamos un puto grano de reserva. No nos preocupemos dijo alguien, le pedimos prestado al del silo de la ciudad, pero el banquero nos dijo que éramos unos insolventes y que si queríamos trigo nos lo prestaría, no ya a tres fanegas por cada una prestada sino que quería también siete celemines pero en este caso de nuestras tierras.
Nos quedamos sin tierras, sin grano y sin trabajo, y en la montaña andamos escarbando para buscar algún gusano que echarnos a la boca. Encima el banco nos reclamaba todo el trigo que le debíamos.
Ha sido avaricia de todos. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.

No lo he complicado demasiado porque si no Giovanón, volverá a decirme que sigue sin enterarse.
Por cierto, Facebook se ha sufrido un apagón. Debe ser la goma.

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Fiestas de Tambor


Me han asegurado que aquí, los reyes (los magos, no los otros) no se celebran y la verdad es que en el tiempo que llevo en Costa Rica, o mejor dicho en esta parte del país, no recuerdo nada que me sitúe en esas celebraciones. Ayer fueron las fiestas de este pueblo, que en realidad empezaron anteayer con la despedida del año, por lo que se acabó lo de que mi mesa de la playa esté ocupada. Quedan algunos ticos, pero hoy de han despedido varios diciendo que mañana no están.
Siento como un gran alivio, porque aunque nada que ver con las celebraciones de aquella parte del mundo, sin querer, bien por los medios de comunicación, hoy en día accesibles a cualquiera que disponga de un puñetero celular, aparato que a nadie le falta por aquí, bien por algún hecho en concreto que lo relacionas con tiempos pasados, me ha sido muy difícil zafarme de las mismas.
También es verdad, que otros años, las fiestas del pueblo nunca las relacioné con las navidades, pero el tiempo pasado reciente ha sido muy hijo de puta.
Tambor en su día fue el centro neurálgico del sur de La Península de Nicoya. En este lugar se reunían el primer día del año todas las gentes de sus alrededores donde celebraban su fiesta. En aquel entonces, no eran carros los que parqueaban, sino caballos. Así me lo contaron y como tal yo las celebraba.
Tengo recuerdos gráficos de fiestas pasadas, aparte de la memoria que aún me funciona y puedo decir que van a menos. También es verdad que puede que esté influyendo la crisis. Por estas fechas, llegaban al hotel cantidades de gringos, canadienses y en menor medida europeos, pero ahora lo están haciendo con cuentagotas. Circula menos el dinero, y ya se sabe que unas fiestas sin guaro, no son nada.
Me fui antes de las doce del mediodía, y a esa hora recuerdo, que por el paseo no se podía caminar. No pude dar constancia de muchos que yo esperaba. Como no recordar a Maira que ponía su chiringuito de comidas, y a Mónica, con su particular alegría, ambas muertas en trágicas circunstancias. No he visto a Andrés, Ángel, Carlos, David, Edward, German, Giovanni y no digamos nada de Javier y paro de contar.
En este vídeo, no están todos los que son.

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