Esta mañana me he levantado muy bien. Debe ser la ley del péndulo, puesto que ayer estaba triste y nada se me apetecía hacer. El Fideo (Mi perro vagabundo) que hacía días, que no me daba los buenos días desde la rampa de la cochera, hoy lo ha hecho y yo también lo he saludado. Me encontraba activo, me he quitado el calzado y he estado barriendo/baldeando, no solo el porche, sino los alrededores de la piscina y el patio, o al menos así lo llamo yo, frente a la puerta de la cocina. La verdad es que falta le hacía, porque entre aceitunas caídas y restos de hojas, daba una sensación de abandono, que ya me va molestando y que al igual que en otros detalles veo que mi depresión se está largando.
Me ha fallado un poco mi reloj biológico, y cuando he entrado a beber, me he dado cuenta de que pasaban de las tres por lo que me he puesto a prepararme la comida y al acabar la obligada siesta. Cuando me he levantado, mientras la cafetera cumplía su misión, fregaba los platos y cubiertos, y a través de los cristales de la ventana y bastante cerca de mí veo a un petirrojo. Hace años que no lo había visto, o que mi mente estuviera en otro mundo en el que no me dejara verlos, y me ha dado una gran alegría. Al igual que mi amigo Juani los otros días me ha retrotraído a mi niñez, pero a continuación me ha venido una sensación de culpabilidad, porque tengo que reconocer que los niños de mi época aunque bastante más felices que los de ahora éramos un poco brutos. Cuando llovía, uno de nuestros deportes era ir a buscar en los hormigueros, las “aluas” (Hormigas aladas cuyo nombre seria aludas), las cuales utilizábamos como cebo en los pillapájaros (Así les llamábamos a las trampas), los cuales enterrábamos en la tierra, en una especia de promontorio en forma de herradura, y en el centro del mismo solo se veía la pobre hormiga en espera de ser alimento de un pájaro y este a su vez ser alimento nuestro. La dichosa trampa no tenía la suficiente fuerza para matar a los pobres pájaros, por lo que, nos decíamos para que no sufrieran, les hincábamos la uña del dedo pulgar en el cuello, y después de unos revoloteos morían. Mi conciencia no debía de estar muy tranquila porque recuerdo perfectamente que miraba para el cielo mientras cometía este pajaricidio.
Había veces que el dichoso pillapájaros, nos lo encontrábamos saltado (Un sartenazo decíamos), señal de que algún pobre animal se había escapado. Espero que la pechuguita (Así les llamábamos a los petirrojos) que he visto esta tarde, sea descendiente de alguna que escapara a uno de los muchos sartenazos que a mi me dieron. De verdad que me he alegrado de verte.
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