Historia desde los confines de una vida, con sentidos abstractos y buena parte de metáfora. Disfruten.
Árboles, llenos de vida, edades diferentes y buen ejemplo a seguir. Antes que los animales, la vegetación era dueña del mundo. Símbolos de ecología, intentos de restauración, pero la tala inmoderada siempre lleva a la destrucción. ¡Pocos buenos árboles hay ya! ¡Todos por dentro empiezanse a pudrir!
Pero claro, entre tanta diversidad, existe aún un árbol firme en sus decisiones, sin ser descorazonado, y de ese es del cuál les contaré a continuación.
Su historia no puede ser la más feliz de todas, no podemos recaer en tanta fantasía, pero, para ser precisos, podemos decir que tuvo una historia difícil:
Él era un árbol el cuál tenía buenas hojas, unos tallos fuertes y unas raíces bien plantadas; no podría ser un árbol más perfecto.
Cierto día, conoció al árbol que pensó, acompañaría toda su vida.
Bella, distinguida, complementaria; lo que necesitaba.
Retoños emergieron ya después de una larga comunicación, felices eran la pareja de vegetales, despampanantes iban a todo lugar, entrelazadas sus ramas hasta el final, con unos buenos frutos en las copas, cómo prioridad, éstos árboles irradiaban bondad.
Tantos buenos frutos por dar, pero una enfermedad cayó al huerto. De repente, el árbol perfecto fue perdiendo su brillo inmenso; sus hojas se estaban volviendo amarillentas cual boca fumadora; sus raíces flaqueaban, persona escenofóbica ante una multitud magistral; todo le parecía gris, día nublado en el porvenir. Las ramas poco a poco se marchitaban, a la vez se quebraban aquellos lazos que parecían inmunes a cualquier mal augurio. Uno de los frutos abandonaba la copa puntiaguda, con las suaves hojas por el suelo, se iban a otro árbol, al árbol femenino.
¡Así pues! ¡El árbol perfecto empezó a tener muchas imperfecciones! Su postura no era la misma, torcido estaba; el fruto que con tanto esmero había protegido como su propia vida, al igual que esa entrañable compañera, se había esfumado cómo si el pasado fuera nulo.
Tiempo pasó, los frutos se convirtieron en árboles, que, con otros se fueron haciendo su propia vida estando lejos del huerto familiar, y la existencia del protagonista se fue desvaneciendo de cada alma por la distancia de por medio.
Los venidos en tiempos de felicidad, algunos tomaron malos rumbos, tal es el caso del fruto más alto, que, se entrelazó antes de tiempo y terminó mal su asunto.
Sin alguien perfecto quién diera su más sincero apoyo, no se hizo nada y la historia quedó inconclusa, hasta después de un lapso muy prolongado, dónde los pájaros trinaban las más dulces melodías, para el viejo árbol triste.
Sonriendo y dulce timbre de voz, exclamó:
-¿Qué vienen a hacer, bellas aves, por aquí, en mis oscuros ramajes?
Las voladoras coloridas y divertidas, exclamaron al unísono:
-¿Es que usted no ve, portador de buena madera, lo que debe ver? La naturaleza está a su esplendor; las flores titilan. Incluso son sus matices soñados; las golondrinas, hermanas mías, anidan por doquier para darle marcha al amor; el cielo ¡ni se diga! Más hermoso no podría estar. ¿Es que usted, no ha valorado la vida cómo lo que es, estando tan cerca del final?
-Tres veces ya han sido, pájaros insulsos, que de cuervos ustedes, tienen mucho. ¡Aléjense! ¡Váyanse de aquí! ¡Yo no los quiero ni los voy a pedir! ¿Es que ustedes no ven que ya no tengo nada? Mi amor partió, mis frutos se pudrieron, estoy solo en esta depresión.
-¡Olmo usted nada! No sea usted llorón, si ve las cosas de la vida con amarga visión, es seguro que usted sea sólo víctima sin redención. ¡No llore más! ¡Ya todo pasó! ¡Quizá nuevos aires le hagan falta!
-Oxígeno no me hace falta, mis hojas ya se fueron, imposible recuperarlas.
-¡Ingenuo árbol, valla a otro huerto nuevo, será todo mejor!
Y volaron las avecillas, vertiginosamente, dejando al árbol pensativo.
-Quizás ese montón de aves tenga razón- se dijo para sí- yo debo aplicar mi último esfuerzo para poder salir. Irme a otra parte, será mi principio del fin.
Partió, con su último ánimo, hacia otro destino.
Encontró, lejanamente, una tierra rica en nutrientes, dónde volvió a adquirir el brillo y fortaleza de cada una de sus partes, lejos de todos los daños abandonados de aquél huerto.
Pronto, se dio cuenta que estuvo perdido un largo tiempo, un tiempo que jamás podrá recuperar, pero que, sin duda, puede hacer algo en su lugar.
Recordó aquellos retoños de sus copas, se preguntó que pudo haber sido de ellos, cuándo los dejó y por qué lo dejaron. ¡Fuerzas sobraban! Sin una duda, una rama del fortalecido llegó al viejo campo de pasado ensueño, dónde encontró que, el árbol que amó, lo necesitaba una vez más.
-¡Pero un bledo! ¡Eso no importa ahora! ¡Abandonado me dejó, árbol ponzoñoso y conveniente! ¡Son mis frutos lo que más trascienden!- enfurecido le dijo, y alejose de ella, fue a la dirección de su querido retoño.
¿Venganza? ¡Qué va! Ya nada de ella le interesa más.
Al llegar, notó los goterones tristes en el rocío de las puntas finas hojeadas, en el árbol crecido, en el fruto de su amor pasado, sin torceduras, pero una herida sangrante en el fondo de su corazón.
-¿Qué te han hecho, hija mía?- doliente preguntó.
-¡Oh! ¡Padre! ¡Reconocible estás! ¡Apenas de bebé te vi así! ¡Era la copa, estaba en la copa! Y luego... Y luego me fuí... ¿Rencoroso estás tú? ¿Tengo que sufrir? ¡Tu ausencia no más! ¡Ya me duele! ¡Me has hecho mucha falta! ¡No debiera haber caído así, con un árbol torcido, apenas viviente de abono asqueroso!
-Vivencias dejan la distancia. No estoy molesto, quiero que mi sombra te proteja cómo a tus frutos, que, culpables no son de tanto desencanto. Haz vivido sufriendo sin mí, ahora te digo, que lejos del árbol torcido, aunque sólo una parte mía esté contigo, te cuidaré.
Y estrecharon sus ramas cercanas.
Si llegaste hasta aquí es porque te gustó.
No, esto no lo he escrito yo, sino mi amiga Diana. Ya en su día hablé de ella.
Tenia un boceto sobre lo que quería escribir y se me ocurrió lo que para mi ha sido un bonito experimento.
Diana… ¿El por qué no me escribes esta misma historia pero traducida a tu lenguaje?
Le encanta la literatura y escribe como los ángeles.
Le falto tiempo para decirme que si, y esto es lo que quedo.
¡Gracias, Diana!
La fabula de Diana es preciosa pero bajo mi punto de vista no queda clara la moraleja así que daré mi versión de la misma:
Primera: Quien toda la vida ha estado bajo la sombra de un árbol (sea este bueno o malo), y decide abandonarla, que nunca se queje de cómo le va y deje tranquilo al árbol que se la daba.
Segunda: Quien a la sombra de un árbol ponzoñoso y conveniente se arrima y encima cree que es un árbol que tiene buenas hojas, unos tallos fuertes y unas raíces bien plantadas, que tampoco se queje. Si además esa persona tuvo la oportunidad de crearse su propia sombra, aun menos.
El final para la segunda puede ser feliz, como muy bien describe mi amiga.
Búsqueda en Google de: Quien en mala sombra se cobija, al final se hunde. Historia de cuatro árboles. Fábula
Árboles, llenos de vida, edades diferentes y buen ejemplo a seguir. Antes que los animales, la vegetación era dueña del mundo. Símbolos de ecología, intentos de restauración, pero la tala inmoderada siempre lleva a la destrucción. ¡Pocos buenos árboles hay ya! ¡Todos por dentro empiezanse a pudrir!
Pero claro, entre tanta diversidad, existe aún un árbol firme en sus decisiones, sin ser descorazonado, y de ese es del cuál les contaré a continuación.
Su historia no puede ser la más feliz de todas, no podemos recaer en tanta fantasía, pero, para ser precisos, podemos decir que tuvo una historia difícil:
Él era un árbol el cuál tenía buenas hojas, unos tallos fuertes y unas raíces bien plantadas; no podría ser un árbol más perfecto.
Cierto día, conoció al árbol que pensó, acompañaría toda su vida.
Bella, distinguida, complementaria; lo que necesitaba.
Retoños emergieron ya después de una larga comunicación, felices eran la pareja de vegetales, despampanantes iban a todo lugar, entrelazadas sus ramas hasta el final, con unos buenos frutos en las copas, cómo prioridad, éstos árboles irradiaban bondad.
Tantos buenos frutos por dar, pero una enfermedad cayó al huerto. De repente, el árbol perfecto fue perdiendo su brillo inmenso; sus hojas se estaban volviendo amarillentas cual boca fumadora; sus raíces flaqueaban, persona escenofóbica ante una multitud magistral; todo le parecía gris, día nublado en el porvenir. Las ramas poco a poco se marchitaban, a la vez se quebraban aquellos lazos que parecían inmunes a cualquier mal augurio. Uno de los frutos abandonaba la copa puntiaguda, con las suaves hojas por el suelo, se iban a otro árbol, al árbol femenino.
¡Así pues! ¡El árbol perfecto empezó a tener muchas imperfecciones! Su postura no era la misma, torcido estaba; el fruto que con tanto esmero había protegido como su propia vida, al igual que esa entrañable compañera, se había esfumado cómo si el pasado fuera nulo.
Tiempo pasó, los frutos se convirtieron en árboles, que, con otros se fueron haciendo su propia vida estando lejos del huerto familiar, y la existencia del protagonista se fue desvaneciendo de cada alma por la distancia de por medio.
Los venidos en tiempos de felicidad, algunos tomaron malos rumbos, tal es el caso del fruto más alto, que, se entrelazó antes de tiempo y terminó mal su asunto.
Sin alguien perfecto quién diera su más sincero apoyo, no se hizo nada y la historia quedó inconclusa, hasta después de un lapso muy prolongado, dónde los pájaros trinaban las más dulces melodías, para el viejo árbol triste.
Sonriendo y dulce timbre de voz, exclamó:
-¿Qué vienen a hacer, bellas aves, por aquí, en mis oscuros ramajes?
Las voladoras coloridas y divertidas, exclamaron al unísono:
-¿Es que usted no ve, portador de buena madera, lo que debe ver? La naturaleza está a su esplendor; las flores titilan. Incluso son sus matices soñados; las golondrinas, hermanas mías, anidan por doquier para darle marcha al amor; el cielo ¡ni se diga! Más hermoso no podría estar. ¿Es que usted, no ha valorado la vida cómo lo que es, estando tan cerca del final?
-Tres veces ya han sido, pájaros insulsos, que de cuervos ustedes, tienen mucho. ¡Aléjense! ¡Váyanse de aquí! ¡Yo no los quiero ni los voy a pedir! ¿Es que ustedes no ven que ya no tengo nada? Mi amor partió, mis frutos se pudrieron, estoy solo en esta depresión.
-¡Olmo usted nada! No sea usted llorón, si ve las cosas de la vida con amarga visión, es seguro que usted sea sólo víctima sin redención. ¡No llore más! ¡Ya todo pasó! ¡Quizá nuevos aires le hagan falta!
-Oxígeno no me hace falta, mis hojas ya se fueron, imposible recuperarlas.
-¡Ingenuo árbol, valla a otro huerto nuevo, será todo mejor!
Y volaron las avecillas, vertiginosamente, dejando al árbol pensativo.
-Quizás ese montón de aves tenga razón- se dijo para sí- yo debo aplicar mi último esfuerzo para poder salir. Irme a otra parte, será mi principio del fin.
Partió, con su último ánimo, hacia otro destino.
Encontró, lejanamente, una tierra rica en nutrientes, dónde volvió a adquirir el brillo y fortaleza de cada una de sus partes, lejos de todos los daños abandonados de aquél huerto.
Pronto, se dio cuenta que estuvo perdido un largo tiempo, un tiempo que jamás podrá recuperar, pero que, sin duda, puede hacer algo en su lugar.
Recordó aquellos retoños de sus copas, se preguntó que pudo haber sido de ellos, cuándo los dejó y por qué lo dejaron. ¡Fuerzas sobraban! Sin una duda, una rama del fortalecido llegó al viejo campo de pasado ensueño, dónde encontró que, el árbol que amó, lo necesitaba una vez más.
-¡Pero un bledo! ¡Eso no importa ahora! ¡Abandonado me dejó, árbol ponzoñoso y conveniente! ¡Son mis frutos lo que más trascienden!- enfurecido le dijo, y alejose de ella, fue a la dirección de su querido retoño.
¿Venganza? ¡Qué va! Ya nada de ella le interesa más.
Al llegar, notó los goterones tristes en el rocío de las puntas finas hojeadas, en el árbol crecido, en el fruto de su amor pasado, sin torceduras, pero una herida sangrante en el fondo de su corazón.
-¿Qué te han hecho, hija mía?- doliente preguntó.
-¡Oh! ¡Padre! ¡Reconocible estás! ¡Apenas de bebé te vi así! ¡Era la copa, estaba en la copa! Y luego... Y luego me fuí... ¿Rencoroso estás tú? ¿Tengo que sufrir? ¡Tu ausencia no más! ¡Ya me duele! ¡Me has hecho mucha falta! ¡No debiera haber caído así, con un árbol torcido, apenas viviente de abono asqueroso!
-Vivencias dejan la distancia. No estoy molesto, quiero que mi sombra te proteja cómo a tus frutos, que, culpables no son de tanto desencanto. Haz vivido sufriendo sin mí, ahora te digo, que lejos del árbol torcido, aunque sólo una parte mía esté contigo, te cuidaré.
Y estrecharon sus ramas cercanas.
Si llegaste hasta aquí es porque te gustó.
No, esto no lo he escrito yo, sino mi amiga Diana. Ya en su día hablé de ella.
Tenia un boceto sobre lo que quería escribir y se me ocurrió lo que para mi ha sido un bonito experimento.
Diana… ¿El por qué no me escribes esta misma historia pero traducida a tu lenguaje?
Le encanta la literatura y escribe como los ángeles.
Le falto tiempo para decirme que si, y esto es lo que quedo.
¡Gracias, Diana!
La fabula de Diana es preciosa pero bajo mi punto de vista no queda clara la moraleja así que daré mi versión de la misma:
Primera: Quien toda la vida ha estado bajo la sombra de un árbol (sea este bueno o malo), y decide abandonarla, que nunca se queje de cómo le va y deje tranquilo al árbol que se la daba.
Segunda: Quien a la sombra de un árbol ponzoñoso y conveniente se arrima y encima cree que es un árbol que tiene buenas hojas, unos tallos fuertes y unas raíces bien plantadas, que tampoco se queje. Si además esa persona tuvo la oportunidad de crearse su propia sombra, aun menos.
El final para la segunda puede ser feliz, como muy bien describe mi amiga.
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Etiquetas: Opinión
¿Ves que las correcciones eran una acción absurda?
Una en vez de mi, dudo que halla más.
Una en vez de mi, dudo que halla más.
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