Descubriendo cosas de Tambor. Dos lagartos


Últimamente el filosofar no va conmigo, por lo que este, digamos mi diario, lo dedico a mi parte aventurera (que cosas digo), pero para desplegarla hace falta que la parte física de mi yo, me acompañe, y la verdad es que desde mi último viaje a Santa Teresa, la tengo averiada. Los huecos/baches, con las lluvias son verdaderos cráteres y cada vez que el carrillo coge uno en el que no estés pendiente, cosa que yo no lo estoy, porque voy con la cámara en ristre esperando cazar algo que ya no tenga cazado, los riñones se te resienten y bien. Dicho de otra forma, estoy como una alcayata y lo más seguro es que tenga que volver a ver a mi amigo escoses que a base de crujir huesos, al menos la ultima vez, me dejo derecho.
Vanessa me dice esta mañana solo desayunar que vayamos a ver a su amiga Rebeca. No veía la forma de ponerme erecto, así que le pongo todas las pegas posibles, pero al final arrastra de mí.
Sorpresa, no habíamos andado ni cien metros, cuando giramos hacia la izquierda enfilando un camino por el que todos los días paso y que tenia referencias de que era de un gringo (¿cómo no?). Conforme avanzamos me doy cuenta de que el lugar, aunque con una tala bien aplicada, conserva el sabor de un bosque. Dejó los árboles centenarios y sembró otros, consiguiendo un bonito conjunto.
Llegamos a una edificación, y me dicen este es el Hotel Dos Lagartos. También había escuchado hablar de él, pero el dueño, gringo por supuesto, ya no lo utiliza como tal, sino vivienda en la que vive todo el año menos viajes esporádicos a Estados Unidos, caso de ahora, momentos en los que se vienen a vivir al mismo Manuel su mujer Carmen y toda su familia. Manuel cuida la propiedad.
El Hotel, construido hace unos treinta años, es casi todo de madera y tiene solera.
Podría seguir hablando del gringo y del hotel, tienen su pequeña historia, pero no es mi intención. Algún día si se me cruzan los cables y escribo la de Tambor, formará parte de la misma.
Solo llegar, Carmen nos pone una especie de magdalenas hechas principalmente de coco, riquísimas, aunque para mi gusto las debía haber endulzado un poco más, una especie de galletas de chocolate y su buen pote de café. Había mas cosas, pero son las únicas que pruebo.
Parece televisaban un partido de futbol, así que soy yo solo el que se dedica a pasear por la finca.


Frutas que no conocía. Tengo que reconocer que el fulano ha tenido buen gusto.


Veo cosas que me traen recuerdos, recuerdos que en otros momentos hubiera rechazado, pero me alegra ver que los acepto como algo muy bonito que me ocurrió.


Rebeca dice que pase a ver lo que fue hotel. Lo de la construcción de madera me encanta.


Hay una cosa que me sorprende, la trampa para murciélagos. Estos bichos quieren ocupar lo que en su día fue suyo, y aunque había algunos dentro, en esta trampa enredan las alas y los hace desistir.


Me llama la atención un, digamos molino, de granos. Me dicen que especialmente de maíz.


Y el por qué no este trozo de árbol en el que la naturaleza ha volcado sus caprichos.


Ni que decir tiene que abundaban las ardillas, iguanas y demás bichos.


Yo estaba pensando en volver, pero alguien me pregunta si quiero comerme un pescado. Pensando que íbamos a almorzar todos, le digo que sí y me ponen mi buen pargo. Solo como yo, los demás y yo también, habían quedado satisfechos con el desayuno.
He escuchado mucho hablar de la hospitalidad de los árabes y poco de la de los ticos, pero creo que la de estos últimos poco tiene que envidiar a la de los primeros.
Sorprendido. No he tenido que recorrer kilómetros, ni angostos caminos, para ver algo que me ha encantado.

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