Veinte días de medicación para la supuesta hiperplasia
Van pasando cosas.
In mente me alegraba que el médico me hubiera dado veinte días para volver a verlo, días que son los necesarios para tomarme las píldoras y que él descarte o acierte que mis problemas de micción son de una inflamación de la próstata. Eran veinte días que en teoría no tenía que salir de aquí, o dicho de otra forma no tenía obligaciones, sin embargo ya he salido dos veces de la parcela. Dos veces que no han tenido que ver con médicos ni con gaitas necesarias.
Salir para mí es un martirio, las neuronas todavía no las tengo preparadas para un acto tan simple como salir de compras. El hecho de cambiarme de ropa me parece un gran esfuerzo. Tengo que ir al psiquiatra, pero no me decido a hacerlo hasta tener bien claro que es lo que tengo que decirle. Sobre todo no me entra mucho en la cabeza que todavía sufra las crisis de ansiedad que estoy padeciendo.
Sé que lo hacen para que no piense y tenerme entretenido, pero yo creo que es peor el remedio que la enfermedad.
La primera vez que me sacaron fue a comprar pinturas. Con aquello que había dicho que sobre todo el porche y la fachada que da al olivo tenían un mal aspecto se han propuesto dejarlas en condiciones. Compramos pintura pétrea y “pos ya que” que estamos allí digo de comprar pintura para la piscina que también la que tiene deja mucho que desear. Cerca había una tienda de productos del campo y vamos a ver si tienen algo para matar el dichoso escarabajo que arruina las palmeras. Ya se ha cargado una y lo hemos visto visitando otra.
Ya puestos compramos abono y tierra para sembrar plantas.
Cuando comemos en el porche las riparias no han echado los suficientes brotes como para dar sombra y hacen un invento, colocando sombrillas de playa de forma que podamos aguantar al astro rey que estos días está pegando bien. Me dicen de ir a comprar una tela que normalmente se usa para cercas y con ella hacer una especie de techo colgado a las pérgolas. Ni puñeteras ganas de salir pero por “no hacer el feo” con la ropa de estar por aquí, voy. Vamos por unas rotondas que en su día hicieron entre los pueblos periféricos a Granada pensando en polígonos industriales y donde después de llegar la crisis no han construido una puñetera nave. Cuánto dinero se ha tirado hacen cosas innecesarias, como aeropuertos en el que no aterriza un puñetero avión y trenes de alta velocidad donde no se sube un pasajero.
Lo que es no tener el cacumen en condiciones, tenía la sensación de que el tío que nos vendía la tela me iba a regañar por lo que le huía.
También han sido unas fiestas exclusivas de Granada, el día de la cruces, y parte de los aquí vivientes fueron a las mismas, más que otra cosa por cumplir con compromisos ineludibles (No sé de donde la gente saca dinero para tanta fiesta). Parte de esos compromisos han estado hoy aquí y aparte de domingo ha sido da de invitados. Muchos años hacían que no veía a una digamos sobrina mía, Lauri. Lo más socorrido, barbacoa.
También ha estado por aquí Quique, pero de él creo hablaré otro día.
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El dilema de la emigración
Se lo que es emigrar, a los dieseis años me fui a Cádiz a estudiar náutica, y aun no he vuelto a vivir al pueblo donde nací. Empecé a navegar (cinco océanos y treintaitantos países), una de las épocas más bonitas de me vida. Por circunstancias que no vienen al caso deje de hacerlo y encontré trabajo en tierra en una azucarera que no era precisamente del lugar que había dejado (dentro de ella la vivienda donde pase unos años). Con la entrada de España al Mercado Común o como se llame, este tipo de industria no pudo competir con Alemania y Francia y tuvo que cerrar, pero antes de que lo hiciera se estaba formando en Granada una empresa de aguas y en ella termine mi vida laboral y mis desplazamientos por el mundo. Miento, también por circunstancias pero esta vez elegido por mí, me fui a vivir a Costa Rica donde he pasado algunos años.
A raíz de que un nieto mío se va a Barcelona a trabajar, buceo en internet y me encuentro con esta carta de un emigrante en la que entre otras cosa dice: Que a nadie le dé vergüenza emigrar, emigrar no significa abandonar su país, solo significa abrirse a otro, enriquecerse con la diferencia de los demás. También dice: como si hubiéramos vuelto a la época más negra de la emigración española de los años 50. Como si los que se marchan España los perdiera para siempre.
No todo el mundo es trilingüe, tiene una o dos carreras y un par de master. Si es en Europa hay mucha juventud que lo único que esta es fregando platos en un restaurante y ganando 500 € y si es en Latinoamérica, que tenemos la ventaja en del idioma, me ha coincidido estos años allí y sé que no lo están pasando nada bien. No es fácil hacerse residente y estos países cada vez lo están poniendo más difícil. No hablemos de las miserias que se cobran por allí.
Una amiga suya que ya había empezado antes la aventura, lo llama y le dice que puede conseguir un trabajo en Martorell (justo al otro extremo de España). Viendo cómo está la situación por esta parte del mundo no se lo piensa dos veces. No sabe exactamente en que consiste el trabajo, cuánto va a ganar, ni donde va a vivir, pero a estas alturas esas son nimieses. Todo lo que quiere se lo deja aquí.
Me gustaría describir a Alejandro pero sé que en este momento no voy a decir más que gilipolleses así que solo diré que es un muchacho excelente.
Te deseo que te vaya todo lo bien que pueda irte.
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