Mi nieta se entretuvo en ir recogiendo balones que estaban tirados a lo largo y ancho de la parcela y echándolos en el carrillo de mano. Seguramente habrá más, pero con los que había la cosa me llamó la atención, arranque el medio Smartphone (Aquí en España no funciona como teléfono) y le saqué una foto.
Son pocos los niños que vienen por aquí, pero al parecer cada uno de los que vino trajo un balón y tanto aprecian las cosas que se lo dejaron.
Como es lógico, lo primero que pensé es en el consumismo desaforado a que nos están llevando. ¿Para qué quiere un niño un balón? ¿Dónde juega con él? El amigo tiene uno, o lo ha visto por la televisión y él quiere otro y los padres no se calientan mucho la cabeza y se lo compran, como he dicho, para después de darle dos patadas dejárselo olvidado en la parcela.
Siguiendo la regla del balón, ¿Cuántas cosas inútiles compramos? Me hace gracia porque últimamente estoy viendo el anuncio de un crecepelo que llega al folículo y te hace parecer el hombre de las nieves después de aplicártelo. Un anuncio en la televisión vale un huevo, y si lo ponen es porque lo están vendiendo. ¿De verdad cree alguien que han inventado un crecepelos?
Cuando llegue de Costa Rica, creí que los que aquí vivían tenían el Síndrome de Diógenes. Había desde cinco o seis sombrillas de playa hasta un carrillo de supermercado, pasando por neveras que aun funcionaban, bicicletas, cojines, mantas y yo que sé cuánto más. En mi armario no cabía una camiseta. Dije que cogieran lo que de verdad les hacía falta porque me iba a poner a tirar cosas. Algo conseguí, pero aún sigue pareciendo esto un mercadillo de segunda mano.
Podía seguir escribiendo de la crisis actual (Que nos debía de hacer recapacitar y lavarnos el cerebro), de los ecologistas y de los cinco que mandan en el mundo que por mucho que ellos no se lo crean acabaran igual que yo en el horno crematorio o comido por los gusanos, pero no, La imagen para quien tenga dos dedos de luces lo dice todo.
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