Conduciendo el Passat después de dos años sin hacerlo


Hoy no puedo dejar de hacer una entrada, es un día muy especial para mí. Hace más de dos años que no conduzco un vehículo, y hoy lo he hecho.
Esta maldita y rara depresión (Nada tiene que ver con la primera), se caracteriza por dos cosas: El tenerme abierto el baúl de los malos recuerdos y por el miedo.
No hay noche que no me vaya a la cama con desasosiego y es porque antes de coger el sueño me pasan por la mente todo lo que he hecho o me han hecho de malo en esta vida. Las neuronas le han quitado el candado a ese maldito baúl y así no hay forma de ser feliz. De tales harinas tales panes, porque los sueños que tengo son verdaderas pesadillas.
El miedo es especial, es una especie de miedo/vagancia muy difícil de explicar. El no coger el coche no es porque creyera que no sabía conducir. La de pretextos que me ponía el cerebro para no hacerlo, son múltiples.
El sábado había estado en el pueblo a por unos cartuchos para la impresora. La Ley de Murphy, es implacable y cuando te hacen falta se acaban. Me dicen que solo tienen el negro pero con seguridad que el lunes tendrían también el de color.
Decido coger el coche, no sin antes pensármelo mucho. Con todo, con lo que peor lo he pasado ha sido pensando que me tenía que cambiar de ropa. Así trabajan mis neuronas.
Por aquello de sabe uno más por viejo que por diablo, lo dejo para el martes y hasta eso falla, me dicen que vendrán pasado mañana. También llevo un tiempo que tengo que resolver un asunto en el banco, me digo de llegarme a él y no está mi “gestora”.
La verdad es que ya más que con miedo estaba muy cabreado. ¡Bueno! Ya que me he pegado el viaje, hare algo. Voy a por líquido para vapear y también me corto el pelo.
Empecé a conducir con catorce o quince años, así que no se me ha olvidado, es más después de tanto tiempo he disfrutado haciéndolo. Ha habido un momento que me he creído Hamilton en su Mercedes.

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Enloquecidos consumiendo y el Síndrome de Diógenes


Mi nieta se entretuvo en ir recogiendo balones que estaban tirados a lo largo y ancho de la parcela y echándolos en el carrillo de mano. Seguramente habrá más, pero con los que había la cosa me llamó la atención, arranque el medio Smartphone (Aquí en España no funciona como teléfono) y le saqué una foto.
Son pocos los niños que vienen por aquí, pero al parecer cada uno de los que vino trajo un balón y tanto aprecian las cosas que se lo dejaron.
Como es lógico, lo primero que pensé es en el consumismo desaforado a que nos están llevando. ¿Para qué quiere un niño un balón? ¿Dónde juega con él? El amigo tiene uno, o lo ha visto por la televisión y él quiere otro y los padres no se calientan mucho la cabeza y se lo compran, como he dicho, para después de darle dos patadas dejárselo olvidado en la parcela.
Siguiendo la regla del balón, ¿Cuántas cosas inútiles compramos? Me hace gracia porque últimamente estoy viendo el anuncio de un crecepelo que llega al folículo y te hace parecer el hombre de las nieves después de aplicártelo. Un anuncio en la televisión vale un huevo, y si lo ponen es porque lo están vendiendo. ¿De verdad cree alguien que han inventado un crecepelos?
Cuando llegue de Costa Rica, creí que los que aquí vivían tenían el Síndrome de Diógenes. Había desde cinco o seis sombrillas de playa hasta un carrillo de supermercado, pasando por neveras que aun funcionaban, bicicletas, cojines, mantas y yo que sé cuánto más. En mi armario no cabía una camiseta. Dije que cogieran lo que de verdad les hacía falta porque me iba a poner a tirar cosas. Algo conseguí, pero aún sigue pareciendo esto un mercadillo de segunda mano.
Podía seguir escribiendo de la crisis actual (Que nos debía de hacer recapacitar y lavarnos el cerebro), de los ecologistas y de los cinco que mandan en el mundo que por mucho que ellos no se lo crean acabaran igual que yo en el horno crematorio o comido por los gusanos, pero no, La imagen para quien tenga dos dedos de luces lo dice todo.

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