Las cenas de navidad y las enfermedades mentales

Ni con mucho soy un asiduo de la televisión, pero por estas fechas, me ha parecido ver un anuncio igual o similar de uno que nos martirizó durante varios años: Vuelve por navidad en la que una pobre madre veía con sorpresa que por esas fechas le llegaba un hijo que supongo que por circunstancias laborales, se encontraba alejado de ella el resto del año. La estampa era idílica, y había hasta quien lloraba viendo semejante escena.
Tengo que reconocer que aunque guardo muy buenos recuerdos de las navidades de mi niñez, bien porque pasé muchas en alta mar y mi prioridad era mantener en perfecto estado de funcionamiento todos los elementos de buque que nos hiciera llegar a buen puerto, bien porque cuando dejé de navegar, las cosas no eran como yo recordaba, las fui rechazando y procuraba alejarme de ellas, o más bien que no me envolvieran con sus reclamos mercantiles e ideas preconcebidas. Aun recuerdo las dichosas comidas de empresa con sus protocolos, sus vestidos de gala y los esfuerzos de los más pelotilleros por acercarse a la mesa del mandamás. Hacia lo imposible por no asistir, pero sibilinamente, más bien con ordenes encubiertas, hacían que asistiera.
Terminé de apartarme de las normas en los años pasados en Costa Rica, donde a pesar de ser un país muy religioso, no las celebraban, al menos en el pueblo donde residía, y para mi eran unos días normales. Allí debía estar en estos momentos, pero el hombre propone y quien coño sea, dispone y heme aquí que después de una operación inesperada, me están haciendo tomar un tratamiento. No sé hasta cuando lo soportaré, y tomaré carretera y manta.
A pesar de vivir en una urbanización alejada del mundanal ruido, hasta aquí, y muy a pesar mío, me llegan noticias de la una típica cena de Noche Buena familiar. También es verdad que la familia es un poco especial. El digamos cabeza de familia es un psicópata, la madre de familia padece el síndrome de Estocolmo, y la abuela una paranoica pero de las peligrosas. Como puntilla, la invitada es hipocondriaca.
Ya antes de la cena propiamente dicha, la paranoica arma tal chismorreo, que separa a otros miembros de la familia que para nada iban a intervenir en aquel ágape.
Llega la hora de colocar las viandas, hora de las bromas forzadas, y lo que debía de haber quedado justo en eso, acaba en una pelea entre el psicópata y la hipocondriaca, hasta el punto de que el psicópata se va a cenar a su habitación (eso sí, el llenar la tripa que no le falte). Los demás miembros de la familia, o al menos la paranoica y la del síndrome de Estocolmo, se van a llorar a otra. Terminan haciendo llamadas telefónicas a la familia (insinuándole sus desgracias) con lo que consiguen transmitir el espíritu navideño.
Han querido seguir contándome el final de semejante noche de paz [al menos eso decía un villancico y no precisamente aquel de beben y beben los peces en el río (¿qué no se qué coño hacían los policromados habitantes del ácueo elemento, bebiéndose el liquido natural en el que suelen desenvolverse?)], y he dicho que hasta aquí soporto semejante desaguisado, que prefiero hacer vida de asceta antes de contagiarme de semejantes mentes enfermas.
De todas formas advierto a quien no esté contaminado por semejante espíritu, que lo considero incompatible con este mundo globalizado en el que vivimos. Así que en vez de una despedida de ¡Felices fiestas!, os digo ¡Mucho ojo!

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Ha parido la guarrilla vietnamita de Sole


Llegaron las navidades, y no todo van a ser fiestas. Bueno lo de las fiestas es un decir, porque cada vez tengo más comprobado que todas las disputas familiares se reservan para estas fechas, pero sean fiestas o disputas, entre col y col lechuga.
Sole tiene una pareja de cerdos vietnamitas. La hembra, Panceta, estaba preñada, a nadie le cabía la menor duda. La pobre guarra, llevaba más de un mes con un barrigón que no solo le arrastraba, sino que al andar iba dejando un surco por la tierra.
Ayer me viene diciéndome que ha parido y me acerco a verlas.
Aunque les tenían una cochinera, en la cual pario, le advirtieron que la madre podía matar a los cochinillos con sus movimientos, por lo que los trasladaron a una habitación que tienen de apero, y en ella prepararon una cama para la mama cerda, y junto a ella una caja de cartón con las seis crías.
La que ha pagado el pato es la pobre Sole, porque ella, aunque un poco separada se ha tenido que preparar otra cama, y cuando las crías le avisan que tiene hambre, se levanta, los acerca a las ubres de la madre, maman hasta que esta protesta, se las quita, las hecha por el suelo para que hagan sus necesidades fisiológicas y vuelta a la caja de cartón. No llega a coger el sueño cuando la operación se repite.
Ni que decir tiene que la temperatura ambiente roza los cero grados y aunque han puesto una estufa, se tiene que acostar vestida.
No es ese misterioso nacimiento de Belén, pero más real e histórico, seguro.



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