No había mencionado que a nuestra llegada, solo salir del aeropuerto y hasta la llegada al hotel, cuyo nombre no recuerdo ni pretendo recordarlo puesto que en la agencia de viajes nada me habían dicho que era un hotel para no fumadores, por lo que su estancia para mi, fue un puteo, vimos banderas de Costa Rica por todas partes, pero no solo en la carretera y en edificios, sino que era raro el vehiculo que no la llevaba. Le pregunto al conductor y me dice que dentro de unos días se celebra el Día de la Independencia. Sabía que por estos lares eran muy patriotas, pero nunca supuse que llegaran a tal extremo. Esto lo menciono, porque aun sin saberlo, el día que decidimos ir a Malpaís, era el día señalado. Habíamos desayunado en el hotel, cargamos las cosas en el vehiculo, y a los pocos kilómetros, llegamos a una ciudad en la que un policía nos desvía por un camino sin asfaltar, despiste del GPS, aunque volvemos al pueblo, y aunque no vimos el meollo de la celebración del día tan señalado, si lo suficiente, para ver a señoras mayores con trajes típicos, gente a caballo ondeando sus banderas, y en general un ambiente festivo como hace tiempo no lo veía.
Lo del desvió por caminos sin asfaltar era el aperitivo de lo que nos esperaba. A los pocos kilómetros de salir no solo desaparece el asfalto, sino que aquello no era camino para vehículos, sino mas bien para tanques, porque a pesar de ir en un todoterreno, y mi vista pendiente de los paisajes y no de los baches, cuando llegaba uno, me cogía de improviso y el trallazo en los riñones no era normal. Por la distancia, podíamos haber llegado en una hora, pero llegamos a medio día.
La carretera a la llegada es perpendicular a una calle paralela a la costa. Hacia la izquierda Malpaís y hacia la derecha Santa Teresa. Un hotel, de aspecto antiguo, en la misma intersección me llama la atención y por lo que investigo con posterioridad, fue creado para los primeros surfistas que llegaron por esta zona y aun hoy día sigue siendo reunión de todos los que practican este deporte.
Llegamos al final de Malpaís, volvemos y al final de Santa Teresa, sin ver un hotel que nos convenza. Paramos a comer en una soda (chiringuito) y allí consultamos la guía que compro Jose en Granada. Optamos por el Blue Jay Lodge (urraca azul). Fue lo mejor que nos ocurrió por aquella zona. Las cabinas (bungaloes), situadas a diferentes niveles, estaban casi al aire libre y la envoltura una tela mosquitera, por lo que la sensación es que estabas en el interior del bosque.
Dos cosas nuevas que añadir a nuestras experiencias, una gran tormenta, en la que dudaba que la mosquitera hiciera de conductor en caso de que nos alcanzara un rayo, y aunque habíamos escuchado los monos, hasta aquel entonces no los habíamos visto. Al atardecer los grupos eran tan abundantes que lo raro era no verlos, intente fotografiarlos, pero son unos monos tan nerviosos que no paran de moverse, y entre el zoom de la maquina y su movimiento, imposible plasmarlos en imágenes. Ahora los tengo encima de mi casa, aunque en unos árboles más tupidos, pero tengo esperanza de captarlos.
Las ardillas por las mañanas, se introducían en nuestro habitáculo. Ardillas diferentes a las vistas en Puntarenas; estas eran de un colorido precioso. Las urracas se posaban a un metro de donde desayunábamos.
Solo llegar sabia que no era mi sitio y son muchas las cosas que me hicieron llegar a esta conclusión. En esta calle larguísima y bien bacheada, única de estas dos ciudades, las viviendas, comercios, restaurantes, estaban separadas unas de otras por cientos de metros, por lo que apenas se veía a gente andando, todos iban en qads. Jamás he visto una concentración tan grande de estos vehículos. Todos los hoteles y restaurantes eran de propietarios yanquis al igual que lo eran los chavales que iban con su tabla a cuestas
No comprendo como estas playas sirven para hacer surf, puesto que al bajar la marea dejaba al descubierto un fondo plagado de rocas. Hubiera sido el lugar perfecto de buceo sin la existencia de estas mareas, pero cuando baja como hay que recorrer cientos de metros hasta llegar al agua y hacerlo sobre rocas con el consiguiente peligro de cortes en las piernas, las hacían impracticables para el mismo, independientemente que al ser una playa abierta al Pacifico, los rompientes, aunque no haya temporal, son enormes. Lo dicho, ideal para los surfistas, aunque sigo sin comprender como no se rompen la cabeza en las rocas. Tampoco comprendo de qué viven los mismos, porque aunque me recuerdan a los hippies de mi época, aquellos subsistían de la venta de collares y demás abolorios que ellos mismos fabricaban.
Al segundo día de estar allí, le dije a Jose que el se fuera a ver lo que fuera, que yo iba a echar la mañana en la cabina ordenando ideas. Pasaban los días y no solo no encontraba mi sitio, sino que cada vez veía más difícil encontrarlo. El desanimo se iba apoderando de mi.
Los bolsillos, los llevaba llenos de papeles con anotaciones y teléfonos, por lo que por primera vez saque el portátil que al final me traje y gracias a un transformador que después de mucho trabajo habíamos conseguido en Puntarenas, lo puse a funcionar. Ordene teléfonos, y sobre la marcha me puse a hacer llamadas gracias a un celular que le había pedido al que nos alquilo el todoterreno y que hasta entonces lo habíamos tenido perdido por las maletas. Unos teléfonos estaban mal anotados, pero llamando a otros, los corregía, llame al contacto que me dio la sobrina de Azucena de Malpaís, pero nos fue tan difícil localizarlo y le dije a Jose que abandonara puesto que ya tenía decidido no quedarme allí.
Llamada al contacto de Víctor, se perdía la comunicación, insisto, me da el teléfono de su hermano, consigo hablar con él y quedamos en vernos al día siguiente. A la mañana siguiente fin de nuestra estancia por aquella zona, y repito con la moral bastante baja.
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