Llevo mucho tiempo que no me gustan las fiestas y sobre todo si hay acumulación de gente (más de tres personas), pero si hay una en especial, no ya que no me guste, sino que le tengo tirria, esa es la Navidad. No es la primera que paso en Tambor y creo que me he zafado bien de ellas, pero también es verdad que tenía las neuronas en su sitio (Por cierto, esta tarde las tenía muy bien y ojala dure), pienso que es por esto por lo que este año no quería ni saber que existían.
Estoy viviendo en un país que tiene muchas cosas al revés que el resto del mundo (el verano, cuando es invierno por ejemplo) entre ellas una es que las vacaciones sean en el mes de Diciembre estando en el hemisferio norte. Son las vacaciones y dan el aguinaldo que es lo que en España sería la paga extraordinaria (por cierto solo hay una).
Vacaciones, verano y aguinaldo, la gente se mueve, especialmente hacia las playas, y aquí tanto las cabinas como el camping se llenan. Bueno, es un decir. Aunque lo noten menos, o más bien no quieran notarlo, aquí también ha llegado la crisis y las cabinas no sé cómo están, pero el camping en comparación a otros años está vacío, lo que me indicaba que por lo menos la acumulación de gente seria menor, pero ayer fui a la playa y todas las mesas y parte de los tubos que pusieron para que no pasaran los vehículos (sirven de asientos) estaban al completo; me siento en una en la que estaban dos personas de Atenas que ya conocía de otros años, pero no tardo mucho en levantarme y venirme. Lo hago dando un paseo por la desembocadura del río.
Hoy no he ido a mi playa, y tengo que estar muy mal para no hacerlo. No tengo ganas de bullas.
O sea Que ni en Tambor escapo, al menos, de los efectos colaterales de la Navidad.
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