La avaricia de las pilles
Creo que en el mundo occidental, los introductores del dinero, fueron los fenicios. No voy a decir que se podían haber quedado mancos antes de que lo hicieran, porque la verdad es que sin él, al menos hoy en día, sería completamente imposible vivir. Hasta yo, que tan poco apego le tengo, no sabría hacerlo. No me veo a la Social Seguridad, pagándome en trigo y yo intercambiándolo por electricidad. No, no veo factible la vuelta al trueque.
Creo que los jefes de estado europeos que reparten el bacalao, han estado, intentando salvar al euro, que tengo la impresión que al final se ira al carajo, con lo cual lo que llaman crisis ira en aumento y ya se sabe quién la está pagando. Puede que eso que llaman mercados, sin pretenderlo, nos hagan volver a él.
Pero no voy a de una lección de economía, pienso en esas personas que se desviven por él, y no es por falta o porque estén pasando un momento difícil, creo va en sus genes.
Se de una persona, mujer por mas señas, acompañada por otra, aunque la primera es el cerebro, que llevan mas de veinticinco años planeando quedarse con el dinero de otras tres personas. Una gran parte ya la han conseguido, pero su avaricia es tal que quieren quedarse con todo, y al paso que van no me extrañaría que lo consiguieran.
La genio, ya anda por los sesenta años y al igual que la virgen María, no ha habido macho que la penetre, ¡vamos que no ha habido macho que se acueste con semejante adefesio! ¿Para que quiere/n el dinero? ¿Sera para que les salga novio? ¿Para costearse los ansiolíticos que necesitan desde que les pegue tal paliza que las deje en silla de ruedas? ¿O para que ya que están en plan de que las cuiden, las sobrinas/hijas, las atiendan durante su vejez? ¡Van jodidas! No me lo explico. A cambio de conseguirlo, han perdido a su mas cercana familia, los robados.
La lista, metió la pata haciendo aparecer/desaparecer un piso en una herencia, de las cuatro que le hicieron hacer a otra persona, según les iba conviniendo a ellas, que cogiendo a un buen abogado, se les complicaría la vida, pero la verdad es que a estas alturas de la vida no quiero seguir complicándomela y menos metiéndome en ese entramado de la justicia, que esa es otra.
La avaricia (del latín “avarus”, “codicioso”, “ansiar”) es el ansia o deseo desordenado y excesivo por la riqueza. Su especial malicia, ampliamente hablando, consiste en conseguir y mantener dinero, propiedades, y demás, con el único propósito de vivir para eso. Las define perfectamente.
Lo peor es que se van haciendo de mártires y poniéndonos a parir a los perjudicados.
Las veo más solas que la una. Espero que el síndrome de Diógenes, les sea leve y que entre tanta mierda encuentren el dinero para comprarse el Tranquimazin.
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De lo vivido a lo que estoy viviendo
No sé exactamente el por qué me he acordado de un escrito que hice en Costa Rica y he vuelto a leerlo y sin querer hago comparaciones con mi vida actual.
Me estoy levantando sobre las siete de la mañana. Por estas fechas es completamente de noche y aunque intento seguir durmiendo no lo consigo, así que acabo levantándome. Aseo, desayuno y a escribir mi diario. ¿Salgo fuera? ¡Ni loco! Con temperaturas de uno a cuatro grados en el exterior, lo dicho, ni loco. Creo que de toda la vida he sido alérgico a las bajas temperaturas.
Ya más tarde, estos últimos días están seminublados, cuando las dichosas nubes dejan pasar algún rayo de sol, salgo a aprovecharlo y darles a los perros alguna golosina, que me agradecen con sus movimientos de rabo.
¿Salir al pueblo? Otro ni loco. Precisamente el sábado, me dice mi hijo que iba de compras, que si lo acompañaba, lo dudo, pero al final me voy con él. Vamos a un pueblo a comprar una escobilla del limpia parabrisas que le habían robado y a la vuelta, paramos en una gasolinera, no solo a echar combustible en el vehículo sino también, en un depósito de plastico, para mulilla mecánica, corta setos y demás inventos. De allí a un Mercadona de esos. La gente parece que aprovecha los fines de semana para avituallarse, y aquello, al menos para mí parecía un loquero, entre el rumrum de la gente y los altavoces recomendándote que aproveches alguna oferta, la cabeza me iba a estallar. Sentía una especie de pitido en los oídos bastante desagradable. Veía igual en todas las estanterías; menos mal que el que iba llenando el carrillo era mi hijo, porque si yo tengo que encontrar algo, me vengo sin verlo.
Cuando está aquí mi hijo, eso sí, actividad no le falta: desde hacer cosas en el campo, como podar riparias, a restaurar todo cacharro viejo que encuentra por ahí. Me salgo a verlo y por lo menos me sirve de distracción, pero lleva como una semana, haciendo algún trabajo, se va temprano y regresa ya bien entrada la noche, vamos que hemos retrocedido no sé cuántos años, ha vuelto aquello de trabajar de sol a sol, por lo que estoy más solo que la una.
Llega el medio día, me caliento la comida, que mi hija nos trae el fin de semana y que sacamos del congelador el día antes. No es que tenga hambre, creo que es una cosa que nunca he tenido, pero comprendo que el cuerpo necesita su combustible y hay que alimentarlo, y a continuación mi siesta, costumbre de toda la vida.
Todavía hay sol (es un decir) cuando me levanto, pero lo primero que hago es encender la chimenea. Es de las pocas cosas que me encantan. Después de encenderla hay veces que me quedo un buen rato extasiado viendo las figuras que hacen las llamas. Cambio las válvulas porque durante parte de la noche y hasta las diez de la mañana, tengo puesta la caldera eléctrica. La casa se mantiene alrededor de los veinte grados.
Sobre las seis menos cuarto (por estas fechas), se pone el sol y entra la oscuridad, momento que me pongo a fabricarme los cigarros que me fumaré al día siguiente, y que con la ansiedad que aún me perdura, no son pocos. Pongo la televisión, normalmente la dos, que suelen estar poniendo reportajes de bichos, volcanes o similares, y me va pasando el tiempo hasta que llega mi hijo que es el que normalmente prepara la cena. Él es más sibarita y prepara platos combinados. Se encierra en su cuarto, y yo me quedo en la mesa de camilla, normalmente haciendo zapping por no acostarme demasiado pronto.
Así un día tras otro. No es una vida muy interesante que se diga.
Ahora tengo un teléfono inalámbrico, y siempre lo llevo en el bolsillo. Aparte de las dos o tres llamadas de mi hija interesándose por mí, pocos saben ni que existo, así que inútil esperar otra llamada. Miento, casi todos los días hablo con mi hermano Manolo, y ayer recibí una llamada de Mari en la que también hable con Rafael.
Lo dicho, me hace falta salir de este mundo, pero por otra parte sigo con mi miedo. Me falta mi otra mitad. Me acostumbró mal.
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