Breve historia de Carlos, emigrante tico a Alemania/Europa
Alguien en su día me dijo: Lo de Carlos es una pena, había que intentar recuperarlo. La persona que me lo dijo no puede llevarlo a cabo, por lo que me dije voy a intentar cumplir sus deseos, pero ¿Carlos es recuperable? Y... ¿recuperable para qué? No opino. Carlos es como es, con una vitalidad fuera de lo normal, y cuando esta se le vaya acabando, puede que encuentre el camino que tanto ha buscado. Capacidades le sobran.
Carlos nació en un lugar en el que aun en estos días esta aislado del progreso. En la Costa Rica profunda. Su familia vivía de la agricultura y de la ganadería. El patriarca era el abuelo. Una vez este le dijo cuando aun tenia seis años: Carlos, esta ternera es suya. Carlos la cuidó, me imagino como, pero un día se encontró que la ternera, o ya vaca, no estaba. El abuelo la había vendido junto con otras sin darle ninguna explicación. Esto marcó a Carlos. Viviendo en el clan familiar nunca nada iba a ser suyo, ni tendría la libertad que ha sido una constante en su vida. No veía claro que en aquel lugar se pudiesen cumplir sus ambiciones, por lo que a la corta edad de trece años huyo de su casa.
Entre otras cosas estuvo recogiendo café en las plantaciones. En San José, conoció a una taiwanesa, con la que estableció relaciones. No solo lo surtía de dinero sino de la mercadería con la que negociaba su familia.
No se si la madre lo busco, o se lo encontró, pero lo cierto es que lo hizo volver a su casa. Se caso con una muchacha con la que tuvo dos hijos, pero ni con mucho era el amor de su vida. Carlos no es hombre de una sola mujer y ya había conocido el mundo que ambicionaba, por lo que no quería echar atrás. Pidió el divorcio que le concedieron y nuevamente carretera y manta.
Se desplazó a una zona del país que ya por aquella época estaba en plena efervescencia turística. No tardo en conocer a una joven gringa y le entro la fiebre de emigrar a Los Estados. Quedo en hacerlo por tierra. No se como estaban los coyotes por aquella época, pero el se topó con algo mas peligroso, con el ejercito sandinista y acabo en la cárcel. Quizás fuera comprendiendo que sus ansias de progreso no serian tan fáciles.´
Volvió y conoció a una alemana que rápidamente hizo ligas con él. Las mujeres, otra constante en la vida de Carlos. Ha ido de mujer en mujer como el que va de flor en flor. Algo les daba que las enamoraba y este, llamémosle don, lo conserva.
La alemana estuvo un corto tiempo, pero volvió, yo creo que con la idea de llevárselo a su país, cosa que consiguió. Por estas fechas tenia una novia tica, incluso adinerada, puesto que le pidió mil dólares con no se que pretexto para pagarse el viaje y se los dio, aunque algo fallo, esta se entero de lo que pretendía y se los tuvo que devolver. Mil dólares en aquella época era un buen dinero.
Carlos quería volar y al final lo hizo.
Tengo que aclarar que la alemana había nacido en la Alemania del este, allí tuvo un papel de comisaria política o algo similar, cuando cayó el muro estudio periodismo y los padres aprovechando el descontrol de la reunificación, hicieron negocios más bien ilegales que le reportaron bastante dinero.
La piba lo llevo a Dinamarca a casarse con él. Sus motivos tendría.
Carlos en Alemania descubrió un sistema de vida, que no era el que hasta ahora conocía. El choque de civilizaciones debió ser brutal. Ya para encontrar trabajo le exigían que diera clases de alemán, idioma que aprendió bastante bien y el trabajo lo consiguió en el restaurante de un gringo que quería implantar allí la comida mexicana. Lo mando a Estados Unidos a hacer unos cursos y desde allí se traslado a México para algo relacionado con el negocio.
Menciona como gran maestro suyo a un cocinero italiano, un genio del arte de la cocina, pero que antes de acabar su misión diaria estaba grogis por la heroína. No seria el primer artista, escritor o músico que han recurrido a las drogas para inspirarse, pero sigamos.
El matrimonio iba mal. Ella no quería que saliera solo, celosa, le gustaba exhibirlo entre sus amistades y que le cortaran las alas no iba con él.
Me habla de que la ciudad solo oscurecer moría; no había un alma por las calles, excepto en una discoteca, donde se reunian, no precisamente alemanes sino una gran cantidad de emigrantes de todas las nacionalidades y razas. Para nada era gente inculta sino todo lo contrario. Creo aquel punto de reunión fue una gran universidad para Carlos, pero ya aquí empiezo a decir que no la supo aprovechar.
Llegó el divorcio, muy claro que tenía que llegar, no sin que antes hubiera un hijo de ambos. Curiosamente ese hijo reside en España, concretamente en Barcelona, donde la madre ejerce de profesora de ruso.
A todo esto Carlos ya había puesto su propio negocio, un restaurante, con ayudas del estado, cervecerías y demás proveedores. En Alemania nadie regala nada y para pagar estas ayudas había que trabajar duro, aunque el seguía acudiendo a su centro de reunión, o sea a la discoteca. Estaba viendo la luz al final del túnel, para de verdad verle ganancias al negocio, pero por una causa que no llego a entender, le hacia falta la firma de la que fue su mujer y esta no quiso dársela. Se hundieron todos sus proyectos.
Algo salvo de la quema, por lo que intento montar otro, esta vez con un socio, pero unos errores de cálculo, lo llevaron de nuevo al fracaso.
Había conocido los dos extremos, la vida cuadrangular y esforzada de los alemanes, y la llamémosle tipo hippy de sus reuniones. La primera después de muchos esfuerzos, renunciando a sus costumbres, al final no le había reportado nada así que el por que no seguir la segunda.
Durante esta época no solo conoció Alemania, sino que también visito algunos países de norte y centroeuropa, pero terminó recalando en España y su lugar lo encontró en Granada en las cuevas del Sacromonte en donde vivió varios años. Continuó camino. Conoció Jaén, Sevilla, Marbella, Cádiz, Huelva y como no, Marruecos.
Pero Carlos, ¿con una española estuviste en Mallorca? No, aquella era francesa. Por cierto recuerdo lo que en su día me contó, que en el aeropuerto les robaron todo lo que habían ganado.
-¡Dios, Carlos!, ¿con cuantas mujeres has estado?
-Cuatro francesas, dos polacas, tres rusas…
-¿Y españolas?
-Ni se imagina como iban las Erasmus por Europa. Parecían que fueran pidiendo guerra aquellas chiquitas. Algo no les daban en su tierra.
Ha ido de mujer en mujer como el que va de flor en flor, decía al principio.
No se si en sus reuniones o con una gringa que estuvo en el Sacromonte, aprendió ingles, no tan bien como el alemán, pero yo lo he visto mantener conversaciones bastante fluidas en este idioma
Carlos tenía visa para trabajar en Alemania, pero no consiguió la nacionalidad. En España varias veces le pidieron la documentación que ya la tenia caducada, pero los policías, ni puta idea de alemán, por lo que iba vadeando una clandestinidad peligrosa. Un policía sospecho de algo, al verlo dudar el quiso darle explicaciones del por qué estaba caducada y fue su perdición.
Lo volvieron a su país.
Carlos detesta a los extranjeros, deduzco el por qué, y a los ticos, no comprende que no sepan aprovechar sus conocimientos. Es un buen profesional de la cocina y con dos idiomas aparte del materno y en un país turístico como es Costa Rica, es para que aprovecharan su experiencia.
Ha hecho un curso de guía turístico y en la actualidad vive vendiéndoles tours a los turistas, pero la crisis también ha llegado aquí y el trabajo no va muy bien que digamos.
Caso curioso: Lo de ir picando flores sigue siendo lo suyo, pero una mujer que quería saber quien era el padre de su hijo, puso en picota a siete y la paternidad comprobada mediante ADN, le toco a Carlos.
Es amante de la naturaleza y de los animales, pero en su contra tiene un pronto que lo hace perder puntos en momentos decisivos.
No se baja del pedestal. Esta convencido que tiene potencial para ser rico, o como mínimo para tener un negocio que le resuelva el resto de su vida, pero los arboles no le dejan ver el bosque. Cuando hablamos de estos temas el siempre trae a colación la frase: Perro que lame huesos no engorda.
Es mucho más lo que podría contar de Carlos.
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Descubriendo cosas de Tambor. Dos lagartos
Últimamente el filosofar no va conmigo, por lo que este, digamos mi diario, lo dedico a mi parte aventurera (que cosas digo), pero para desplegarla hace falta que la parte física de mi yo, me acompañe, y la verdad es que desde mi último viaje a Santa Teresa, la tengo averiada. Los huecos/baches, con las lluvias son verdaderos cráteres y cada vez que el carrillo coge uno en el que no estés pendiente, cosa que yo no lo estoy, porque voy con la cámara en ristre esperando cazar algo que ya no tenga cazado, los riñones se te resienten y bien. Dicho de otra forma, estoy como una alcayata y lo más seguro es que tenga que volver a ver a mi amigo escoses que a base de crujir huesos, al menos la ultima vez, me dejo derecho.
Vanessa me dice esta mañana solo desayunar que vayamos a ver a su amiga Rebeca. No veía la forma de ponerme erecto, así que le pongo todas las pegas posibles, pero al final arrastra de mí.
Sorpresa, no habíamos andado ni cien metros, cuando giramos hacia la izquierda enfilando un camino por el que todos los días paso y que tenia referencias de que era de un gringo (¿cómo no?). Conforme avanzamos me doy cuenta de que el lugar, aunque con una tala bien aplicada, conserva el sabor de un bosque. Dejó los árboles centenarios y sembró otros, consiguiendo un bonito conjunto.
Llegamos a una edificación, y me dicen este es el Hotel Dos Lagartos. También había escuchado hablar de él, pero el dueño, gringo por supuesto, ya no lo utiliza como tal, sino vivienda en la que vive todo el año menos viajes esporádicos a Estados Unidos, caso de ahora, momentos en los que se vienen a vivir al mismo Manuel su mujer Carmen y toda su familia. Manuel cuida la propiedad.
El Hotel, construido hace unos treinta años, es casi todo de madera y tiene solera.
Podría seguir hablando del gringo y del hotel, tienen su pequeña historia, pero no es mi intención. Algún día si se me cruzan los cables y escribo la de Tambor, formará parte de la misma.
Solo llegar, Carmen nos pone una especie de magdalenas hechas principalmente de coco, riquísimas, aunque para mi gusto las debía haber endulzado un poco más, una especie de galletas de chocolate y su buen pote de café. Había mas cosas, pero son las únicas que pruebo.
Parece televisaban un partido de futbol, así que soy yo solo el que se dedica a pasear por la finca.
Frutas que no conocía. Tengo que reconocer que el fulano ha tenido buen gusto.
Veo cosas que me traen recuerdos, recuerdos que en otros momentos hubiera rechazado, pero me alegra ver que los acepto como algo muy bonito que me ocurrió.
Rebeca dice que pase a ver lo que fue hotel. Lo de la construcción de madera me encanta.
Hay una cosa que me sorprende, la trampa para murciélagos. Estos bichos quieren ocupar lo que en su día fue suyo, y aunque había algunos dentro, en esta trampa enredan las alas y los hace desistir.
Me llama la atención un, digamos molino, de granos. Me dicen que especialmente de maíz.
Y el por qué no este trozo de árbol en el que la naturaleza ha volcado sus caprichos.
Ni que decir tiene que abundaban las ardillas, iguanas y demás bichos.
Yo estaba pensando en volver, pero alguien me pregunta si quiero comerme un pescado. Pensando que íbamos a almorzar todos, le digo que sí y me ponen mi buen pargo. Solo como yo, los demás y yo también, habían quedado satisfechos con el desayuno.
He escuchado mucho hablar de la hospitalidad de los árabes y poco de la de los ticos, pero creo que la de estos últimos poco tiene que envidiar a la de los primeros.
Sorprendido. No he tenido que recorrer kilómetros, ni angostos caminos, para ver algo que me ha encantado.
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