Y van tres. Vuelta al quirófano
Mañana no sé, pero hoy tengo la sensación de que puede ser el punto de inflexión de esta serie de calamidades (no encuentro otra palabra), que me han ocurrido durante los dos últimos años.
Anteayer estuve nuevamente en la mesa de operaciones y es la primera vez que me han dado buenas noticias. Si a esto le sumo que al fin han nombrado el partidor contador de mi dichosa herencia (no estoy pensando en el dinero, sino en resolver de una puta vez uno de los problemas que me hicieron volver de Costa Rica), es como para, al menos, levantar un poco el ánimo.
Lo del hospital, tampoco ha sido tan fácil. Entrada en recepción, me vuelven a marcar como a un borrego, y a la sala de espera de los que ingresábamos para operarnos. Se repite la historia: Llaman a todos menos a dos entre los que me encontraba yo, y coincidencias de la vida, los dos para Urología. Le cuento a mi compañero de fatigas que a mí me tocaba la semana pasada, pero por falta de camas, la postergaron hasta hoy y le digo si hoy no se repetirá la historia. Mientras esperábamos (nos habían citado a las ocho y eran más de la una y media, el hombre, me cuenta que ayer estuvo viendo sus olivos, por si era la última vez que los veía. Está claro que todo el que ingresa en un hospital va más bien acojonado. Para darle ánimos intento explicarle que nuestra operación es menor y que yo voy por la tercera.
Sobre las dos nos dicen que subamos a planta y ya la enfermera que nos vino a avisar, anticipó que algo raro pasaba. Nos esperaba el cirujano, y nos dice que solo pueden operar a uno, que no tienen tiempo para más. Me sube el cabreo y le digo que la semana pasada fue por falta de camas y que por esta no paso. Me elige a mí.
Había una cama libre, pero una con una mujer, y ya se sabe, la discriminación de sexos…
Me vuelven a meter en un trastero para que me quite la ropa, me ponga la bata, y al poco viene la enfermera me tiende en una camilla de curas y me vendan las piernas. Aparece un celador ya con una cama seria, y me llevan para el quirófano.
Espera a que acaben con el que tienen dentro, me ponen la espera en la mano y aparece por allí el anestesista que no daba con la medula (me imagino que es ahí donde pinchan), para anestesiarme de cintura para abajo, en la operación anterior.
¡Hombre, aquí está el marino!
Le pregunto por el hermano (que también lo es) y aprovecho para decirle que hoy si dará con el sitio.
No te preocupes, hoy tengo conmigo a un alumno aventajado que lo hace muy bien, me contesta.
Una vez en la mesa de operaciones, le digo al cirujano. Doy por supuesto que sabes el por qué estoy aquí, pero por si te sirve de algo, tengo la seguridad de que, no sé exactamente donde, tengo una obstrucción que no solo me impide orinar bien, sino que me duele al hacerlo. Menos mal que se lo dije, porque cuando me metió, el endoscopio, se quedó extrañado de lo bien que estaba la vejiga. Lo dijo de una forma como diciéndose ¿para qué me mandan a este aquí?
¡Bueno!, llevabas razón, tienes un estrechamiento en la uretra (que me han provocado ellos, me dije yo) y te voy a hacer una incisión y tendrás que estar una semana con una sonda puesta, para que al cicatrizar no se vuelva a cerrar. Listo y para recuperación.
Sigo diciendo que el estar dormido de cintura para abajo, es una sensación muy desagradable. Tu mente le manda órdenes para mover las piernas, pero estas no le hacen ni puñetero caso. Se perfectamente lo que sienten los que están en una silla de ruedas por esta causa.
Por fin a la habitación, justo la que hay frente al servicio de enfermería. Mi primer pensamiento: Difícil lo tengo el fumar.
Por lo pronto estoy solo en la habitación, así que una vez que me ponen el suero, y siendo ya experto en horario de visitas, aun con los pies y las nalgas acorchadas por la anestesia me voy al baño y me fumo mi primer cigarro. Eliminador de olores, y para la cama. Ni que decir tiene que viene la primera regañera de mis hijos.
Me traen a mi compañero de habitación, un gitano. Puedo asegurar que para nada soy racista, más bien estoy convencido que es todo lo contrario, o al menos tienen un complejo de inferioridad que les hace suponer que a los payos nos tratan mejor que a ellos. Venía acompañado de padres, hermanas, cuñadas, tíos y tías y no sé cuántos más. ¡Dios mío!, me digo, esto parece una feria. Se acabó la tranquilidad.
Ya era tarde y se van yendo a dios gracias.
Acabo haciéndome amigo de ellos.
Se van la mayor parte, pero el teléfono no para de sonar. Son familiares interesándose por su salud. El sentido de familia que tienen, lo envidio.
Mi hija se quería quedar conmigo, pero se lo quito de la cabeza. Como no voy a acordarme de María y de las muchas noches que paso conmigo. La recuerdo hecha un ovillo en esos sillones criminales para dormir. Con mi compañero se quedan el padre y la madre. El padre no paraba de entrar y salir durante toda la noche y no sé cuántas veces me despierta, momentos que aprovecho para quitarme el mono. Precisamente a las siete salía del baño y entra el enfermero más malafollá de toda la planta (no lo digo yo, lo dicen todos sus compañeros/as) y me regaña por estar levantado, le digo que según el cirujano dentro de un rato me voy y estoy haciendo prácticas. ¡Si, a mí me vas a engañar! Pues no pedazo de capullo, pensé yo. A mi gitano le regaña de tanto quejarse por el dolor.
La verdad es que lo del dolor tampoco lo comprendía yo. Hace cinco meses que le pronosticaron que tenía una piedra en la vejiga, y cuando lo metieron en el quirófano, vieron que ya no tenía nada, así que nada le hicieron. Él quería hacerse el mártir delante de la familia, pero es que la madre cada vez que la llamaban por teléfono decía poco más o menos que estaba en las últimas y cada vez que entraba una enfermera/o le decía que su hijo estaba muy mal. En su bolsa de la sonda se veía la orina limpia, o sea que era verdad que no le habían hecho nada. No son ni mejores ni peores que nosotros, son diferentes.
Ya estaban mis hijos allí. Pasa el tiempo y la visita del médico de planta, no llegaba. Ya esperaba lo peor, pasar otro dia allí, pero sobre las doce aparece el urólogo, que precisamente fue el que volvió a mandar a operarme, expresamente a darme el alta. Cuando me dice que probablemente nos volvamos ver cuando me hagan una revisión, le digo que me busque en Costa Rica. Él había estado allí un mes de vacaciones.
Salida del hospital.
Me he enrollado vilmente.
Mi hija quería, por narices, que me fuera al menos estos días a su casa, pero tenía bien claro que yo volvía a mi retiro.
No es agradable estar sondado y con una bolsa amarrada en la pierna, sobre todo temía que dormido, pudiera tener cualquier contratiempo, por supuesto desagradable.
Ocho días pasan pronto, y una cosa vencida.
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