Subiendo por el Rio Pánica y el Biscoya hasta llegar a las cataratas


Vuelvo a lo que pretendo sea normal. Anteanoche me avisan que no iba a haber corriente en todo el día, y por ende sin agua. Ya antes de acostarme me decía que era el pretexto perfecto para ir a algún sitio, y en una de los que pensé fue en unas cataratas que me habían hablado que había cerca de La Florida. Lo del riachuelo de Santa Fe me había encantado y el por qué no repetir algo similar.
Me levanto y estudio un poco en el mapa donde se podía encontrar. Vi algo pero inmediatamente se fue el fluido…, así que fuera de la compu. Aparece Carlos y le digo se sume a la aventura, y lo hace, pero el opina que en ver de ir desde La Florida, bajando un poco el curso del Biscoya y al momento en las cataratas, fuésemos subiendo por el Río Pánica y después por el Biscoya. La idea me parece cojonuda.
Nos vamos por Pánica y allí dice Carlos de recoger a un amigo suyo, Cacho, que es el que de verdad conoce la zona.


No sé cuantas veces atravesamos el Río Pánica, también hubo veces que subíamos por el mismo lecho, pero cuando lo hacíamos por fuera lo hacíamos por trochas intransitables, bien por el barro, bien por la maleza que las tapaba por lo que había que salirse de ellas y andar por pleno bosque.
Las botas de las que yo estaba tan contento, los Figuerillos, tienen un inconveniente, al cruzar el río, que llevaba bastante corriente, por la parte de arriba se me introducían chinos (más bien chinorros) que me destrozaban los pies cuando caminaba, y no era cuestión de parar para limpiármelos cada vez que lo hacíamos.
Llegamos a un lugar cerrado por una especie de cancela (portón por aquí) y Cacho nos dice que en este lugar era donde estuvo por primera vez Pánica. La historia se repite: El gobierno dio terrenos y casas para que poblaran esta zona y los vendieron, en este caso no a los gringos, porque no es el lugar más adecuado para vivir y se fueron desplazando hasta el Pánica actual.
Mosquitos en abundancia. Yo no notaba sus picaduras, pero al otro día tenía las piernas con verdaderos burujones, además de cortes. Quiero pensar que más que de mosquitos, las picaduras eran de otros bichos o de hierbas digamos que toxicas. Presumo, y es verdad, que ni las purrujas ni los zancudos me pican.
Cuando fuimos a Santa Fe, ver un tabacón era algo extraño, pero llegamos a una zona donde abundaban. Todos se hicieron de alguno o de más de uno, y cogerlos no era fácil, había que subirse a los arboles como congos.


El banano en realidad es originario del sur de Asia, pero la costumbre de utilizar sus hojas bien como plato o para hacer ciertas comidas, llámese tamales, es de por aquí, y es que antes lo hacían con otras enormes hojas que ahora solo se ven en el bosque y que cogí algunas; si no me equivoco se llama bijagua.


Cornizuelos que en vez de parecer arbustos, parecían más bien árboles.


También un árbol, la ceiba, del cual me dijo Carlos que después de la sequoia, era el más alto y que más larga vida tiene de toda América.


Algo que para mí se salía de lo normal fue un cráneo de congo. Como es natural me lo traje y ahora adorna mi mesa.
Cacho me iba señalando en el suelo las huellas de los animales que habían pasado por allí: Esta es de un pizote, esta de un venado… Le había dicho que me indicara donde desembocaba el río Biscoya en el Pánica, pero ya nos habíamos introducido tanto en la maleza que lo que creí era cosa de película, abrirse camino a base de machete, aquí estaba siendo la norma. Ahora comprendo el por qué el primer expedicionario español que atravesó Costa Rica, dijo que no merecía la pena el colonizarla.
El ruido me fue avisando de que nos acercábamos a la catarata y hasta ella llegamos. Carlos quería que subiera a la parte alta, pero ni de broma. Un resbalón con mis botas y me mato entre aquellos pedruscos. Él sí lo hizo, pero Carlos debe tener la planta de los pies como acero de Toledo, porque todo el camino fue descalzo.
A desandar lo andado. Los dejamos en Pánica y volvimos a Tambor. Salida a las diez de la mañana y vuelta a cerca de las cuatro de la tarde.
Lo que menos me gusto, el agua rojiza del rio, nada que ver con la cristalina del riachuelo de Santa Fe.
Ya me han hablado de otros dos ríos con aguas limpias y se me han ofrecido a llevarme a ellos. Algo tengo en la reserva.

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