Para pescar solo hace falta que haya peces. Sobran las cañas
Hoy he vuelto a ir a ver pescar, pero en realidad había poca pesca, todo lo contrario que ayer que fue abundante. No hace falta ser un experto para saber que no había, no se veía un solo pelícano.
Sentado sobre un buen tronco de los que tira el Pánica, y viéndolos pescar o más bien intentándolo, me he acordado que en su día también fui pescador, bueno, no de los pesqueros, sino de los que pescan desde la orilla del mar, y me ha dado que pensar. De ahí el título de esta entrada.
Teníamos que tener una caña, pero no una cualquiera, sino telescópica y no de un par de metros, sino, ¡yo que sé!, la más larga que hubiera, por seguro que de más de cinco. El carrete tenía que ser de la marca equis, y como es lógico uno de repuesto. ¡Ah!, y si en vez de una caña, plantabas varias a lo largo de la orilla ya eras un pescador cojonudo. No te digo nada de la carnada (Aquí utilizan engaños), tenían que ser unos gusanos vivos, que venían en unas cajas en serrín húmedo, pero había más, a veces traían unos gusanos, las titas, de un diámetro mayor que el dedo gordo y que valían más que cualquier pescado que cogieras. Aun así, había que encargarlas, porque las pocas que venían al poco desaparecían.
No te podían faltar las tablas de actividad, en las cuales, se suponía que sabias la hora del pique y si era a las tres de la mañana ya sabía que el madrugón no iba a ser cualquier cosa. Encima que el lugar que tu habías decidido colocarte, situado a veinte kilómetros, porque un día un fulano hizo allí una buena pesca, no lo hubiera cogido alguien que madrugó más que tú. El que pescaba un sargo de quince centímetros era un afortunado.
Después de ver a esta gente me he dicho: ¡Que estúpido fuiste! Caíste en el consumismo desmesurado al que nos llevaron y digo esto porque siendo niño, yo también pesqué con una lienza (así la llamábamos) muy similar a las que usan aquí, solo que lanzábamos desde la orilla, porque la diferencia de temperatura entre el Mediterráneo y el Pacífico en el que me encuentro, así lo aconsejaba, y pescábamos más, pero por la sencilla razón de que aquel mar aún no estaba esquilmado, cosa que dentro de poco también ocurrirá aquí si siguen pescando el dorado cuando viene a desovar, y siguen utilizando el trasmallo para la pesca del camarón.
Creo que me equivoqué con la lección de encomia a mi amigo Giovanón.
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