Rio Bonito de Tambor de Puntarenas. Viaje fallido
Cuando algo se me mete en la cabeza, tengo que reconocer que soy obsesivo. Se me habían cruzado los cables con eso de ver Rio Bonito y que se jodan las vértebras. Iré a verlo.
Aquí si daba por supuesto que me iba a meter en el agua y a colocarme vestimenta para el caso, pantalones vaqueros y las ”figueres”.
Llegamos a la quebrada del Chorro y la prueba de la bajada, sin que tenga muchos problemas, pero todo tiene sus inconvenientes, era mucho el trayecto que teníamos que hacer por la playa, con una arena movediza y las botas mojadas me pesaban como si fueran de plomo.
Pichi, el perro que tenemos a medias Carlos y yo (Unas veces se queda por aquí, y otras se va con el), quedo atrás porque para él era imposible bajar por aquellos taludes. Sus aullidos los oíamos a lo lejos. No sé cómo lo hizo pero al final se unió a nosotros.
Una vez pasados unos peñascos que se adentraban en el mar, divise gran cantidad de palos sobre la arena por lo que supuse que estábamos llegando al rio, como así fue.
Gran desilusión, acabó la época de lluvias y ahora los ríos no vienen con el caudal que suele ser normal y la naturaleza que parece ser sabia ha hecho que las olas cierren su desembocadura, con lo cual los arboles de su ribera siguen bañados por agua dulce a pesar de traer poca. Todo muy bien para la naturaleza, pero lo que es para mí, una putada porque pasar la especie de laguna de su desembocadura haría falta una panga y suponiendo que la profundidad permitiera hacerlo a pie, no me arriesgaría a tropezarme allí con mi primer cocodrilo, así que nos quedamos sin hacer el recorrido por el cauce, cosa en la que estaba muy interesado después de la experiencia del de Santa Fe.
No es que fuera un día perdido, porque quiera que no, esta, sigue siendo una playa salvaje, cuyo acceso solo es posible desde Montezuma en caballo y desde Tambor andando y medio escalando.
Cosas curiosas, precisamente por ser muy poco accesible, en la orilla hay palos rodado por el mar preciosos para ponerlos de adorno, pero a ver quién narices carga con ellos.
Y llego la hora de la vuelta. Subiendo por la cascada del Chorro, Carlos me tendió una mano para ayudarme a subir un desnivel y el crujido que me dio la cintura no fue normal, así que la siguiente vez que quiso hacerlo le dije que lo dejara, que subiría aunque fuera gateando.
Por cierto, el cabronazo de Diego parece me robó un reloj. Si es así comprenderé lo de genio y figura, pero jamás pensé que hiciera algo semejante conmigo.
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